A lo largo de mis años de estudio me enseñaron a proyectar, a definir espacios y a entenderlos. Me enseñaron a diseñar objetos y mobiliario. Fueron años excepcionales de grandes descubrimientos que me abrían las puertas a este mundo del interiorismo.
Con el tiempo, por eso, me di cuenta que nada sabía de lo intangible, del porqué de esa sensación de hogar cuando llegas a tu casa, eso no estaba en los libros.
Descubrí que la casa también nos habla, a su manera y, como en cualquier relación, hay que saber escucharla. Ella es el reflejo de quienes somos y, si observamos, veremos cómo evoluciona con nosotros.
Quizás hace años compraste algo que te encantó y al mirarlo hoy no te identifica. Todos cambiamos con el tiempo y nuestra casa debe acompañarnos en ese proceso.
Deberíamos ser capaces de revisar nuestros hogares y observar si todo lo que hay en ellos nos hace sentir a gusto, nos devuelve alegría y/o nos inspira.
¿Quién no se ha sentido a salvo al llegar a casa tras un duro día de trabajo? ¿Quién no ha tenido ganas de llegar a casa tras un largo viaje?
Esa sensación es única y, si no te sientes así, deberías pararte a pensar qué ha cambiado, qué te está diciendo esa sensación, en qué punto estás. A veces se genera por un cambio personal otras, por una etapa de la vida que finaliza o empieza.
En ocasiones simplemente cambiando objetos, diferentes colores, formas o texturas, es suficiente para reconducir esas sensaciones, en otras, hay que saber decir adiós a nuestro hogar, pues ya vivimos en él todo lo que teníamos que vivir y otro nos está esperando para acompañarnos en esa nueva etapa de nuestra vida.
Sea como sea lo importante es saber que, en todos los casos, la finalidad última es que los hogares que creemos sean espacios de bienestar, en el que recuperamos fuerzas, somos felices y nos sentimos positivos.
Todos tenemos derecho a vivir en un hogar que sea bueno para nosotros, que nos sume y nos haga sentir en paz.
¡¡Vamos a trabajar juntos en ello!!
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